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cultura, México

Dulces mexicanos, un oficio de gran sabor y tradición

Posted: 4 noviembre, 2017 a las 9:00 am   /   by   /   comments (0)

El dulce oficio de elaborar los tradicionales dulces mexicanos, es la herencia que les dejó el abuelo a la familia de Reyna Pérez, habitante del barrio de San Gregorio Atlapulco, en la delegación Xochimilco.

La señora, de casi 80 años, conserva en su memoria la técnica que su padre usó por casi un centenar de años para preparar los típicos dulces mexicanos, como el camote, la calabaza, el tamarindo o las cocadas, macarrones y marinas de leche, que ofrece a los habitantes del pueblo y sus alrededores.



Con el pelo encanecido por el pasar de los años y la tez bronceada por los rayos del sol, Reyna relata que es un oficio que da para vivir. “A los dulces se le gana muy bien. Aunque la elaboración requiere de mucho tiempo, con su venta se recupera lo invertido y la ganancia es considerable”, comentó.

Sin embargo, ella como muchos otros mexicanos aún sufre los estragos de los pasados sismos, y con lágrimas que se resistían a escaparse de sus ojos comentó: “luego del temblor preparamos los dulces en la casa de una prima, gracias a su apoyo no nos hemos quedado sin comer”.
Narró que el terremoto del pasado 19 de septiembre les arrebató su casa, la materia prima y los utensilios necesarios para elaborar los dulces, oficio que los ha cobijado y les ha enseñado a salir adelante.

En la avenida Chapultepec, en el número 16 del barrio de San Gregorio Atlapulco, se sitúa la casa de Reyna, con las huellas que dejó el sismo del pasado 19 de septiembre y que dejó la vivienda inhabitable.
Ahí, seis familias continúan de pie luchando contra la adversidad, practicando el oficio que les enseñó el abuelo paterno y que ha luchado por conservar a través de los años.
La preparación de los dulces lleva de cuatro a cinco horas, explicó la señora Reyna, mientras ofrece su mercancía en uno de los puestos temporales que se ubican sobre la avenida Canal de Miramontes en Villa Coapa.

El olor a caramelo hecho con azúcar se puede disfrutar con la cercanía de la charola que contiene la variedad de dulces cubiertos con plástico transparente para que los clientes puedan elegir el de su preferencia.
La preparación inicia con las calabazas y los camotes cubiertos con agua con cal para que lleguen a la consistencia deseada, y de esta forma continuar con el paso siguiente. La receta parece no ser un secreto de la familia.
Doña Reyna relata con emoción que el oficio se lo enseñó su padre, heredado de su abuelo, cuando ella aún era muy joven, y con nostalgia dice que aún recuerda el aroma de los dulces recién hechos, muy parecido al que se despide cuando ella los elabora en compañía de sus hijos, nietos y nueras.

Con la huella del trabajo de años en el rostro y la piel, doña Reyna dice que gracias a este oficio ha salido adelante. “Fueron muchos años al lado de él (su padre) a toda hora.
Los trabajos iniciaban desde muy temprano, de madrugada para que los dulces estuvieran a tiempo para salir a venderlos.
Mi padre compraba por cantidades grandes las calabazas, los camotes, el coco, la leche, el azúcar, la cal que se utiliza”.
Relata que muy temprano ponía a remojar la calabaza y el camote en cal, nos decía a mis hermanos y a mí que aquí la fruta empezaba a tomar consistencia y hasta parte de su inigualable sabor.

Luego al hervirla con agua y azúcar en grandes cantidades, se iba transformando poco a poco en esos dulces que la gente gusta comprar desde hace muchas décadas.
La textura la van adquiriendo poco a poco, al hervir a fuego lento con una llama no muy grande. Más o menos tarda de cuatro a cinco horas en estar listos.
Luego todavía hay que esperar a que se enfríe para cortarlo de acuerdo al tamaño para vender.
Expresó que los trozos de cada dulce se venden al público entre 12 o 16 pesos, depende mucho de la zona. Ahorita que lo estamos ofreciendo aquí en Villa Coapa nos lo pagan mejor que en San Gregorio.

Mientras continúa narrando la historia del oficio enseñado por su padre, la señora Reyna saca las manos que tenía entrecruzadas bajo el peto de su delantal, para tomar el dinero por la compra de varias “ pepitorias” y dos cocadas de parte de una joven .
Expuso que la elaboración de los dulces de leche, las cocadas y las pepitorias tienen otra técnica diferente a la de los camotes y calabazas, pero el cariño con el que se preparan es el mismo, en la misma cantidad.

“Para nosotros, para nuestra familia este oficio es lo más preciado que tenemos, porque nos han dado para vivir muchos años.
Hemos pasado desgracias y gracias a este, hemos logrado salir adelante. Ha pagado los estudios que quisieron hacer mis hijos y ahora los de mis nietos”.
Antes del temblor en mi casa, vivían conmigo mis hijos con sus familias, 23 personas en total, ahora nos quedamos casi sin nada.
Los dulces los seguimos haciendo, en una casa prestada, con utensilios prestados, pero eso sí, con el mismo cariño y amor para que el sabor no cambie y le siga gustando a la gente, dijo.

Doña Reyna aseguró que “el sabor de sus dulces no depende sólo de lo que se les pone durante la preparación, lo más importante, aunque muchas personas no lo crean es el amor, la dedicación y entrega que cada uno le ponemos en cada paso para su elaboración”, anotó.