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La historia detrás del joven que le narra gol a su hermano invidente
El pasado 14 de octubre se hizo viral un video en el que aparecen dos jovencitos en las tribunas del estadio cementero. Erik, es invidente y escucha la narración en la voz de su hermano Luis.
CIUDAD DE MÉXICO.
Édgar Méndez toma el balón y lo aterriza en el manchón de los once pasos. En las tribunas del Estadio Azul, un jovencito americanista narra cada movimiento del jugador celeste. Lo hace para Erik, su hermano cuatro años mayor, quien nació ciego y que se apoya en los ojos y voz de Luis para entender qué es lo que está pasando en aquel partido. El primero para los hermanos Camacho.
¿Fue gol?, ¿fue gol?”, pregunta Erik con insistencia, en un grito que se pierde entre miles de gargantas. Para Erik, el que le va al Cruz Azul, se trata de un juego a oscuras, donde cada ruido cuenta para que se imagine un mundo ajeno, con gritos, cánticos, ruidos en la cancha, pelotazos y la voz guía de su hermano Luis, el encargado de armar este rompecabezas.
Erik Israel Camacho tiene 19 años y es su primera vez en un estadio. Nació ciego, con pocas probabilidades de vida y menos de un kilo de peso. “El doctor que atendió a mi mamá no me daba más de una hora de vida”, comenta Erik, aquel niño que gastó sus primeros meses de vida de hospital en hospital, con el ojo izquierdo sin vida y con el derecho con una mínima visión “apenas y para descubrir un leve color. Insignificante”.
Prácticamente es ciego, pero ello no le impidió aficionarse por el color azul, el que defendieron antaño leyendas que Erik puede recitar como si fuera la voz del estadio: “El Gato Marín, Kalimán Guzmán, Alberto Quintano, Sánchez Galindo, Eladio Vera, Fernando Bustos, Horacio López Salgado”.
Los nombres se los sabe de memoria debido a que su papá (Salvador) es un viejo cementero que le transmitió el cariño de un equipo que fue un gigante en los años 70. Erik juega a ser portero en el barrio, en las canchas de futbol rápido y en los rumbos cercanos (Tulyehualco), donde los ladrillos hacen el papel de portería.
A muchos les sorprende que me ponga de portero y que a veces atrape el balón. Yo les digo que escucho cómo rosa el suelo y para ese lado me aviento. Me salgo a jugar con mi hermano Luis, quien muchas veces me avisa por dónde anda la pelota”, comenta Erik, quien presume saber de memoria muchas alineaciones de su equipo, así como directivos y entrenadores que han pasado por el banquillo.
Su ídolo del momento es el Chaco Giménez. “¿Cómo me lo imagino? Bueno, pensaba que era gordito y chaparrito, aunque luego mi hermano me corrigió. A Chuy Corona lo imaginaba muy largo y flaco, como imagino a los porteros”.
Erik se recuerda desde pequeño atento al aparato radiofónico, haciendo gestos, gritando y con los brazos sin detenerse, de acuerdo a lo que fuera diciendo el comentarista en turno. Lo mismo pasaba en la TV, donde su papá y su hermano miraban lo que él sólo atiende por el oído.
Sólo terminó la primaria y sabe algo del lenguaje Braile. Sus ratos los gasta con trabajos ocasionales. Llegó a trabajar en un puesto de hamburguesas.
A Erik se le ocurrió ir al estadio Azul, ahora que se enfrentaron su equipo Cruz Azul y el preferido por su hermano (América). “Se lo dije a Luis, le pedimos permiso a mi papá y nos pusimos a trabajar en un local de frutas y jugos”.
Erik y Luis juntaron mil 300 pesos, gastaron 250 en el boleto especial para invidentes y 450 en el de su hermano. Y ahí comenzó su aventura.
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Los cánticos y las porras iniciaron en una estación del Metro. Erik, agarrado a su hermano menor, atento al “¡Azul, azul, azul!”, mientras Luis le describe a los aficionados de ambos equipos, sus playeras y sus cantos.
La celebración crece conforme los hermanos se van acercando al estadio. El Azul que se convierte en un monstruo ruidoso, con voces y porras que se mezclan y que mantienen a Erik, el joven invidente, asombrado y demasiado inquieto.
Mi hermano Luis no conoce a los jugadores del Cruz Azul, así que su narración era algo así como ‘la tiene el defensa y manda la pelota para arriba. Ahora es el número cinco el que toma el esférico”, confiesa el joven cruzazulino.
Erik se va imaginando el partido de acuerdo a lo que le narra su hermano, con cuerpos imaginarios y ruidos de mosquitos en la tribuna. Aunque saberse en el estadio Azul, por vez primera, se convierte en algo indescriptible.
Caen los goles amarillos. Llega el penal azul después. “¡Es penal, es penal del Cruz Azul!”, grita su hermano. Es cuando Édgar Méndez, el cementero, toma el balón con sus manos y lo pone en el manchón más cercano a la portería americanista.
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Luis Camacho tiene 15 años, cuatro menos que su hermano. Creció apoyándose en un guía invidente, que le enseñó a patear el balón a su manera y a jugar bromas y apuestas entre dos clubes capitalinos.
Erik, desde que recuerdo, ha sido el portero en el equipo del barrio. Nadie se queja, porque esto es un juego y él hace lo que le toca. Si le meten un gol, no pasa nada”, dice Luis, quien reconoce que con el paso del tiempo él se ha convertido en el protector, cuando antes era el protegido.
Cuando jugamos, trato de decirle por dónde va la pelota o a veces salvo lo que era un gol cantado. Afuera de la cancha platicamos de nuestros equipos, discutimos, apostamos y nos burlamos como lo hacen los demás. Cuando América y Cruz Azul se van a enfrentar, sabemos que me convierto en rival de mi papá y mi hermano”.
Para Luis fue muy especial el último encuentro. “Mi hermano me propuso ir al estadio, vestir los colores de nuestros equipos y yo convertirme en el narrador del juego. Entonces nos pusimos a vender fruta para juntar el dinero, calentar el juego defendiendo él al Chaco y yo a Oribe Peralta”.
Los hermanos Camacho se asomaron al estadio Azul. El juego comenzó y fueron cayendo los goles amarillos, hasta que se marcó penal a favor del equipo celeste. Los jovencitos aparecen en un video en el que ambos están de pie, uno de azul y el otro de amarillo.
“¿Fue gol?, ¿fue gol?”, pregunta Erik. Entonces llega el disparo, el ruido que supera al inmueble cercano a la Plaza de Toros y el abrazo entre los Camacho. Un video que se hizo viral y un momento entre dos hermanos que ellos nunca olvidarán.
Una semana después, Erik reaparece en el barrio, protegiendo una portería imaginaria, en donde dos ladrillos se miran en el piso y detrás del Gato Marín moderno. A un lado está Luis, el hermano menor, el que viste de amarillo y el que sigue con la mirada el balón. Se pone atrás de su hermano para desviar el balón. Sólo si es necesario.
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